Exultantes ante el nacimiento de Cristo
en el corazón de cada cristiano, el papa Francisco acaba de impartir la
bendición “Urbi et Orbi” desde el balcón central de la logia de la romana basílica de
san Pedro del Vaticano. En la Navidad del Año Santo de la Misericordia, el
Pontífice, previo a este tradicional gesto, ha aprovechado la importante concurrencia de fieles para hacer un recorrido
por los lugares donde las personas sufren por culpa de las guerras o por las
consecuencias de la fuerte crisis económica que aún vivimos. “Donde nace Dios,
florece la misericordia”, el don precioso que Dios nos da y mediante el cual
estamos llamados a descubrir la ternura que el Padre celestial nos tiene
reservada.
En la luminosa jornada en la que Jesús ha
nacido, Él se convierte en “el horizonte de la humanidad”, disipando “las
tinieblas del miedo y de la angustia”. Es justamente la gracia de Dios la que “puede
convertir los corazones y abrir nuevas perspectivas para realidades humanamente
insuperables. Donde nace Dios nace la esperanza, nace la paz, y donde ésta está
no hay lugar para odio y para la guerra”. Precisamente allí donde el hijo de
Dios vino al mundo continúan las tensiones y las violencias. De ahí que la
necesaria paz deba llegar cual don que se debe pedir y construir.
El repaso por los lugares de conflicto ha
comenzado con las divisiones en Palestina, Siria, Libia, Irak, Yemen, África
subsahariana, Congo, Burundi y Sudán del Sur, continuando por otros tantos
lugares donde las atrocidades causan numerosas víctimas y sufrimientos, sin
respetar si quiera el patrimonio cultural de pueblos enteros. Las recientes
masacres terroristas de Egipto, París, Bamako o Túnez han tenido en el discurso
del Papa un lugar prioritario, recordando también a los hermanos perseguidos en
tantas partes del mundo a causa de su fe. Ellos son “nuestros mártires de hoy”.
La alegría de esta mañana de Navidad ha
de iluminar los esfuerzos que los pueblos del mundo hacen a diario, animando a
que sea la esperanza la que actúe cual motor necesario para encontrar la anhelada
paz. “Donde nace Dios nace la esperanza; y donde nace la esperanza, la persona
encuentra la dignidad”. Una cita que le ha servido a Francisco para poner de
relieve la existencia de muchos hombres y mujeres que hoy están privados de su inherente dignidad humana y, al igual que el Niño Jesús, sufren el frío, la pobreza y el
rechazo. “Que hoy llegue nuestra cercanía a los más indefensos, sobre todo a
los niños-soldados, a las mujeres que sufren violencia, a las víctimas de la
trata de personas y del narcotráfico. Que no falte nuestro consuelo a cuantos
huyen de la miseria de la guerra viajando en condiciones infrahumanas y con
serios peligros; que sean recompensadas con bendiciones las personas honradas
que trabajan para recoger a los refugiados ayudándoles a construir un futuro esperanzada
tanto para ellos como para sus seres queridos”.
Significativas han sido también las
referencias a los desempleados: “en este día de fiesta, el Señor vuelva a dar
esperanza a cuantos no tienen trabajo y sostenga el compromiso de quienes
tengan responsabilidad política y económica para que se empeñen en buscar el
bien común y tutelar la dignidad de toda vida humana”.
Finalizaban las palabras del Papa con un
llamamiento a contemplar el portal de Belén y a dejarnos arrobar por “los
brazos de Jesús que nos muestran el abrazo misericordioso de Dios, mientras
escuchamos el gemido del niño que nos susurra: Por mis hermanos y compañeros
voy a decir, la paz contigo”. Un auténtico 'baño' de realidad ha sido el discurso de Francisco que, por su más que notable interés, puede consultarse al completo en el siguiente enlace.