El sentido central es celebrar a Cristo a través de la vivencia de la liturgia, implicando con ello un protagonismo especial para María, la Madre del Señor, la que dió a luz en el humilde pesebre de Belén. Al contemplar al igual que los Profetas el inefable amor que la Virgen derrochó esperando la venida de su hijo, la Iglesia anima a los fieles a tomarla como modelo y a prepararse para revivir de nuevo el nacimiento de Cristo, "vigilantes en la oración y jubilosos en la alabanza". De ahí que los últimos días del Adviento sean acentuadamente marianos, como armonizan el culto, los dogmas y la religiosidad popular. De ahí la costumbre de su atavío con las prendas concepcionistas durante todos estos días, su presencia tras la media luna apocalíptica a sus pies o su exorno con el corazón amoroso en el centro de su pecho.
Por eso en estos días expectantes y esperanzados ante el inminente nacimiento del Señor, exhortamos a nuestros hermanos a dirigirse hasta Los Mártires y postrarse ante las plantas de nuestra Madre del Amor Doloroso. Y si por circunstancias no puede ser, al menos mirar durante unos minutos su estampa en una fotografía. Una oración a Ella nos dirigirá directamente al Padre, conduciéndonos al final hasta el Hijo. El mismo que sus manos acunaron en Belén y al que nosotros vamos a hacerle un gran hueco en nuestros corazones. Feliz Adviento, cofrades de Pasión; feliz esperanza.
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