viernes, 21 de noviembre de 2014

ORTEGA BRU, 32 AÑOS DESPUÉS

Un día como hoy, 21 de noviembre, pero de 1982, fallecía Luís Ortega Bru. Cuentan los hermanos de Pasión que cuando en plena agonía del artista lo visitaron en su casa de la sevillana plaza del Pumarejo, en pleno barrio de san Luís, su familia recordaba e insistía en el cariño que el genio de San Roque le profesaba a Málaga. Una tierra que, en su juventud, le salvó la vida en los difíciles momentos de la Guerra Civil. Un municipio del que además, él mismo decía, eran oriundos sus abuelos. Una ciudad a la que, agradecido, contribuyó con su arte en un momento clave de su propia existencia.

Próximos a cumplir el centenario de su nacimiento, en 2016, quizás sea momento de devolver a la memoria colectiva tanto agradecimiento a través de la puesta en valor de su legado artístico, de su prontuario estético y de su genialidad creativa. Contemplando a Jesús de la Pasión podemos encontrar muchas de las claves que marcaron su vida personal y profesional. En el Señor hay tanto de la particular visión del mundo del escultor como del sufrimiento humano. La unción sagrada inherente a la iconografía del Nazareno está claramente unida a la poliédrica personalidad artística del gaditano.


Hoy, como ayer, pedimos al Señor por nuestro hermano Luís. Sus manos, tan universales como el arte, golpeadas por los gozos y las sombras de una vida compleja, se reflejan cada día en las pupilas color miel de Jesús de la Pasión. Una imagen eterna que hace tiempo pasó a la gloria de la estatuaria religiosa como una de las versiones más logradas del arte contemporáneo porque, previamente, su creador la había concebido como nexo de unión entre los fieles que se acercan hasta sus plantas y el verdadero rostro de Cristo que Ortega Bru, desde hace treinta y dos años, contempla a diario. Gracias, Luís, por dejarnos en la Capilla de los Mártires a quien es consuelo diario para las particulares vidas de los cofrades de Pasión.